Te bajaba con mi autobús a la capital, después de comer, y volvías también conmigo al acabar las clases en la universidad, o a veces en el último trayecto tras estudiar en la biblioteca. Solíamos charlar un rato, sobre todo si nadie más viajaba hasta tu pueblo que cerraba la línea.
Irradiabas vida y juventud con tu ropa colorida y unos complementos siempre a juego: colgantes, pendientes largos, pulseras en muñeca y tobillo… ¡Ay, esas miradas coquetas! Estaba seguro de lo que querías insinuar sin atreverte a decirme nada. Busqué ponerlo en claro llevándote a mi casa una noche. Pero no funcionó. Me rechazaste. Además noté que me tenías en poca consideración. Yo, en cambio, hacía meses que adoradaba cada parte de tu cuerpo.
Al final encontré la forma de que tus manos me acariciaran. Me serví de mi curso de taxidermia. Ahora, colocadas encima del bufet, siempre contienen azucenas y rosas para que cuando me rocen pueda percibir ese aroma floral que desprendías. Tus expresivos ojos los conservo en formol sobre el piano, desde donde sigo sintiendo tu coquetería. Y tus piernas, que nunca abriste para mí, las lancé al mar para no recordar tu desprecio.
- Presentat a la Esta noche te cuento, inspirat en aquesta foto de Benoit Courti:
25 Juliol 2018 a les 14:42
Poéticamente perverso y negruzco però…m’agrada molt!
25 Juliol 2018 a les 20:43
Síiii! “negruzco”! Tota una pel·li de terror si t’imagines el que diu (i especialment el que no diu) a partir de “taxidermia” 😉
M’alegro que t’agradi.
Gràcies pel teu comentari. Un petó.
Carme.