El emisario se acercó al emplazamiento agitando la bandera blanca. Tenía esperanzas de poder impedir el derramamiento de sangre tras las misivas intercambiadas.
Desde la columna invasora enviaron palomas mensajeras que, aunque no volvían, llegaban a su destino pues recibían respuestas en lienzos envolviendo piedras arrojadas con catapulta.
Los atacantes pidieron inicialmente la rendición, a lo que los lugareños contestaron que aquel era su hogar. Insistieron los foráneos añadiendo que cualquier intento de contener el asalto no tenía sentido, y la respuesta remarcó el valor de sus gentes. Luego les hicieron notar la diferencia numérica, resaltando que sumaban muy pocos hombres, a lo que dijeron que la suya era una fortaleza inexpugnable. Replicaron los extranjeros que, a pesar de ello, debían exponerse para la defensa, pero los del castillo arguyeron que contaban con sobradas protecciones. En el último mensaje les advirtieron que pronto se quedarían sin comida, y entonces invitaron a un soldado enemigo a comprobar lo contrario.
Este se temió lo peor al entrar y ver las palomas de la paz ensartadas sobre una hoguera, junto a otro palo que esperaba presa.
- Presentat al VII Concurs de microrelats de iSabadell.