PETITES HISTÒRIES


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Una San Silvestre más

Estoy listo para la carrera. Como decía mi abuelo, todo debe estar a punto. Él me explicaba historias de su infancia en el pueblo, donde hacer deporte consistía en correr por los campos con los otros muchachos. Sé de los agujeros en los zapatos que heredaba de sus hermanos, de cómo su madre le zurcía los pantalones y de la fuerza que se daban entre todos para sobrellevar la dura vida de entonces con cuatro perras. Ahora, yo lo tengo todo preparado: las zapatillas, la ropa y, este año, me faltan los ánimos del abuelo antes de la salida. Pero en cuanto cruce la meta, levantaré mis ojos hacia el cielo para brindarle mi esfuerzo.



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La gran carrera

El señorito del pueblo organizó una carrera. El ganador se llevaría una barra de pan, una buena longaniza, una libreta y un lapicero. Ante tamaño premio, ¿quién no iba a correr? Incluso Tomás, el pequeño de los Martínez, cruzó la línea de salida tras los codazos de los mayores. El chiquillo era muy espabilado, aunque no había podido ir a la escuela. «¿Para qué?», le decía su madre, «no tienes libros, no tienes lápices, ¿qué vas a hacer allí?» «Para escuchar, madre», le contestaba él. «Ya va tu hermano, Tomás, no podemos permitirnos que vayas tú también. Algo puedes ayudar en el campo».

El recorrido partía de la plaza de la iglesia, seguía el camino que llevaba al campo de fútbol donde iniciaba el regreso y volvía al punto de inicio. A pesar de poner su mayor empeño, Tomás llegó el último a la meta, justo a tiempo de recoger la libreta y el lápiz que el ganador tiraba al suelo con desinterés mientras mordisqueaba la barra de pan y la longaniza. Con el recién conseguido botín, le rogó: «Madre, déjeme que vaya por las mañanas a la clase y me siente en un rincón». Allí fue. Y cogía el lápiz bien fuerte para asegurarse de que nadie se lo quitara. El maestro supo apreciar las cualidades del chico y cuando se le acabó la libreta o se le gastó la mina del lapicero le proveyó de otros.

Hoy, tras largos años de ejercicio de la medicina, Tomás es un jubilado que pasea por los parques de la capital recordando el fruto de agarrarse bien a los sueños.


—>> FINALISTA DEL CONCURS!!

[Enllaç als relats finalistes a Zenda]


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Al abordaje de la San Silvestre

En casa siempre hacemos deporte: nadamos, jugamos a baloncesto, corremos… Por haber llegado a la meta el año pasado, mi mamá me regaló una cinta de pelo para mi próxima San Silvestre. Pero este año no podré llevarla, aunque tampoco sé si tendré fuerzas para acabar el recorrido, hay días que estoy muy débil. Y es que estos últimos meses voy con un pañuelo en la cabeza. Mi papá le hace un nudo divertido y así lo llevo como los piratas. Espero que no se rían de mí por correr con él.

En la línea de salida, Carolina cambia la timidez por una sonrisa al ver a todos sus compañeros de clase preparados con el dorsal y un pañuelo como el suyo.



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Nunca dejes de correr

A veces la meta se ve tan lejos… Las dificultades, gigantes, lo oscurecen todo. Estoy ofuscado entre la gente, son muchos los que van avanzando a su ritmo. Y yo ni siquiera puedo controlar el latir de mi corazón. Laura me ha dicho que era un lastre, que continuaba sin mí. No me veo capacitado para seguir. La idea de abandonar va tomando forma. Si alguien a mi lado me susurrara palabras de aliento… Pienso en mi abuelo Eduardo, ensalzando las virtudes de la San Silvestre, ese coraje que sacaba cuando flaqueaban las fuerzas, la recompensa de la llegada a pesar del cansancio. Su recuerdo me abraza, me llena de energía, me devuelve el valor huido. Aún temblando, bajo del alféizar de la ventana. Distingo a lo lejos la serpentina multicolor de los corredores. ¡Claro, es hoy! Y me uno a ellos para respirar esas ganas de vivir recién recuperadas.



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Por ti

Correr siempre fue tu gran pasión. Empezaste queriendo hacer algo de ejercicio tras la densa jornada en la oficina y acabaste haciendo de tus zapatillas un aliado indispensable. Quisiste transmitirme ese sentir en más de una ocasión, sin mucho éxito, es cierto. Hasta que llegó la lesión. Y noté que tenías más roto el ánimo que la pierna. Así que me puse un chándal y cada día salía a correr empujando tu silla de ruedas. Cuando notabas el aire en la cara tu expresión cambiaba, perdías esos pliegues añadidos por la inmovilidad a tu frente. Me entrené contigo cuando te recuperabas, con la idea de correr juntos la San Silvestre. Pero entonces llegó la maldita enfermedad que te dejó postrado en la cama y ya no podía llevarte conmigo al ir a entrenar.

Hoy correré por ti, y en el último kilómetro empujaré tu silla de ruedas vacía.



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Máxima tensión

Por fin han comenzado los Juegos Olímpicos. Llegar hasta aquí ha sido desde un principio mi meta, la fecha prevista en que alcanzaría el crecimiento esperado tras superar las dificultades iniciales.

Puedo oir la voz de papá resonando en mi cabeza: “Atento chaval, el pistoletazo de salida será de un momento a otro”. En el sofá de casa, con mamá, siempre me hablaba del “pistoletazo” y de los meses de preparación que llevábamos para que todo fuera bien. “Va a ser la carrera de nuestra vida”, decía, “ya verás”. Y es que habían invertido sus ahorros en mí.

Se acerca la hora de la verdad. En estos instantes, aunque no vea a mi familia, imagino su nerviosismo. A mi padre le habrá empezado a temblar el párpado izquierdo -según mi madre es su máxima expresión de estrés-. Yo intento calmarme.

Ahora voy a salir. Desde donde estoy se palpa la expectación de fuera, oigo los gritos. Ya veo unos focos de luz. Me recibe el médico del equipo, que me da una palmada en la espalda y, cogiendo aire por primera vez en mis pequeños pulmones, rompo a llorar mientras me colocan sobre mi madre que sonríe extenuada.


[Enllaç al relat al blog ENTC]


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Desiderátum

Cada año pasan bajo mi ventana los corredores de la San Silvestre Salmantina. Son un derroche de energía, coraje y voluntad. De todo ello estoy ya tan falta… Se les ve esforzados pero felices. Yo en cambio me esfuerzo continuamente, pero feliz… Por eso al verlos pienso en unirme a ellos y correr ligera como el viento. Me imagino como una más en el numeroso grupo multicolor y al llegar a la meta, en lugar de descansar, seguiría corriendo y saldría de la ciudad, de la provincia y todavía más allá. Mi meta sería ir lejos, donde él no me esté esperando con sus gritos. Muy lejos, donde no llegaran sus manos o su cinturón que me marcan la piel. Tan lejos que nunca pudiera encontrarme.


—>> GUANYADOR DEL TERCER PREMI DEL CONCURS!!

[Enllaç al blog del concurs amb els relats guanyadors i seleccionats]